domingo, 9 de marzo de 2008

El Estado y la revolucion venezolana


El proceso revolucionario que vive hoy el pueblo venezolano no puede pensarse sin enmarcarlo en la tradición de luchas de América Latina. Mucho más cuando hace 35 años el pueblo chileno asistió a un proceso similar, que al igual que toda revolución, estuvo atravesado por la cuestión del poder y las posibilidades de realizar una revolución por métodos pacíficos y en los marcos del Estado burgués. A continuación polemizaré con una vieja concepción según la cual es posible utilizar el Estado burgués para iniciar una transición al socialismo.


El Estado, organización de la clase dominante

Según la experiencia histórica de los pueblos por su emancipación, la construcción de la revolución tiene que como tarea central la organización de los trabajadores en el sentido de su autodeterminación colectiva, independiente de la burguesía y de su organización política: el Estado. La autoorganización democrática, de base y conciente tiene como tendencia el cuestionamiento del régimen de producción social capitalista y la hegemonía política e ideológica que la clase dominante tiene sobre el conjunto de la sociedad. Esta hegemonía es dirigida centralmente por el Estado, que oficia para organizar la dominación de una clase sobre la otra y para asegurar el consenso de la población para la explotar a la clase productora. El Estado, a diferencia de lo que pensaba Hegel, no es la síntesis de las contradicciones de la sociedad civil, sino la organización política de la clase dominante para contener y amenguar dichas contradicciones; es decir, para asegurar la supervivencia de la explotación económica. Por supuesto que el Estado, en su política, en su forma, en sus leyes, en sus símbolos, expresa y cristaliza la correlación de fuerzas de las clases en pugna; pero este reflejo no es perfecto, puesto que mientras exista el dominio en la esfera económica, el Estado será hegemonizado por el poder burgués, y expresará casi en su totalidad la política general de la burguesía. Desde este punto de vista el Estado no es un terreno “en disputa”, o “un campo de contradicciones”, o “una apuesta”: por más democrático y popular que sea un Estado, mientras exista el dominio de clase, no será más que la organización política para mantener esa dominación.


La ilusión estatista

Algunos teóricos que se centran más en el análisis de la forma del Estado (democracia parlamentaria, dictadura militar) en lugar de fijarse esencialmente en el contenido, es decir, en cuál es la clase social que lo dirige, concluyen que caracterizar al Estado como estructuralmente burgués nos lleva a la imposibilidad de utilizarlo. En definitivo, para estos autores, decir que el Estado actual es burgués es desconocerlo y evitar “arriesgarse” a “nadar en sus contradicciones”. A partir de esto, y sacando conclusiones prácticas, señalan que frente a la avanzada neoliberal que desmanteló el Estado, hay que fortalecerlo y utilizarlo como agente de desarrollo económico y amplificador de una política revolucionaria.Estos tipos de postulados reconocen dos variantes. Por un lado una más de centro-izquierda, que pretende usar al Estado para ganar porciones de poder, de modo de torcer su rumbo hacia la transformación en uno más popular, que auspicie reformas sociales y promueva la formación de una burguesía nacional autónoma del imperialismo. En Argentina estas organizaciones se identifican con el viejo peronismo de izquierda y apoyan “críticamente” al gobierno de los Kirchner. Aunque esto, más que “crítica”, es una subordinación política a la burguesía local y los monopolios internacionales amigos de los Kirchner.

Más a la izquierda encontramos otra variante. Esta piensa en primero construir una importante correlación de fuerzas propia y a partir de ahí “disputar” el aparato del Estado, conquistando un gobierno popular (similar al de Chávez o al de Evo Morales, o como fue el gobierno de la Unidad Popular en Chile con Salvador Allende) de modo de usar este aparato para impulsar la movilización popular en miras al socialismo, mediante el fomento del desarrollo de poder de base. Esta segunda variante es la que más influencia está teniendo en los círculos militantes y una importante franja del activismo. Se repite, bajo nuevas expresiones históricas, una vieja política de concebir al Estado como “momento de la lucha de clases”, como “trampolín”, como instrumento necesario para superar el capitalismo y construir el socialismo. Estas concepciones consideran la posibilidad de que el Estado vaya desapoderándose de a poco, por medio de un proceso de construcción de poder de base, suponiendo que se extinguirá o que se reformará hasta perder su función clasista y opresiva. La propuesta de Chávez de avanzar hacia el socialismo por medio de, entre otras tantas cosas, un Referéndum Constitucional y la derrota que significó para las fuerzas revolucionarias, al igual que el fracaso de la estrategia pacifista del gobierno de Allende en Chile muestran la ilusión del Estado burgués para transformarse en un organismo popular revolucionario que termine con la propiedad privada y la dependencia del imperialismo. La lección más importante para sacar para el caso venezolano, es que los objetivos más progresivos planteados por la reforma constitucional, y aún, todos aquellos que los exceden, deben ser tomados por los trabajadores en sus manos de forma directa, por medio de su propio poder, de forma autónoma al Estado. 1

Otra variante de esta concepción que hace del Estado un lugar necesario para avanzar hacia el socialismo es la comúnmente llamada “guerra de posiciones”. Esta estrategia identifica al Estado y su disputa interna como una trinchera más en la lucha más larga contra el sistema. La idea es ir ganando posiciones tanto en la sociedad civil, en las bases de la sociedad, como en la dirección política de las instituciones estatales (municipios, universidades, diputados en un parlamento, un ministerio o el poder ejecutivo). Según esta teoría, la inserción dentro del aparato del Estado depende de si la etapa es defensiva u ofensiva para la clase trabajadora y el campo popular. Pero el pensamiento de estos teóricos es muy desigual sobre este punto. Algunos plantean ocupar las instituciones como si fueran trincheras de resistencia ante el embate neoliberal contra el Estado, ya que si uno no ocupa estos espacios son ocupados por la derecha. Por otro lado escuchamos el argumento opuesto, que dice que sólo hay que ocupar espacios institucionales en momentos de ofensiva, puesto que el pueblo tiene más fuerza para imprimirle su propia dinámica. Lo que unifica a estos dos argumentos es la creencia de que el Estado (y su dirección política, el gobierno), refleja (especularmente, fielmente) la correlación de fuerzas de las clases en pugna. Así, cuanto más poder tenga el pueblo, más popular será el gobierno y el Estado. Sin embargo, históricamente podemos ver que los momentos de mayor poder concentrado en el pueblo, dentro de los marcos del capitalismo, el Estado tiene un gobierno que mantiene su organización militar (último reducto de la burguesía) al servicio de la represión de los trabajadores y el pueblo. Así fue en Chile en el 73´, en Argentina en el 75´; así es Venezuela y en Bolivia hoy en día, donde los trabajadores, cuando exceden los marcos de la legalidad burguesa, son reprimidos por la fuerza policial o militar.



La teoría de la “complementación dialéctica”


“Los resultados del 2 de Diciembre tienen su origen en que aún los revolucionarios no tienen el poder. Tenemos 8 o 9 años en el gobierno y en principio no tenemos el poder. Sigue siendo manejado en principio por quienes tienen el poder del dinero, quienes tienen el poder político incluso y quienes pueden hacer alianzas. Incluso cuando se dice que el pueblo tiene el poder es una entelequia. Cuando el pueblo tenga el poder es cuando tomará decisiones y tendrá injerencia en la designación de los funcionarios, injerencia en el diseño de las políticas públicas y en el diseño de la administración de los recursos. Cuando eso ocurra el pueblo tendrá el poder, porque no nos basta estar en el gobierno” 2
Hindu Anderi, periodista venezolana

Una intelectual de renombre internacional que actualmente propone, en sintonía con Chávez, una transición pacífica y democrática hacia el socialismo es Martha Harnecker. En un artículo publicado recientemente refiriéndose a Venezuela y la relación entre el poder del pueblo y el poder del Estado dice lo siguiente: “Pero una cosa es no hacer depender el poder constituyente del poder constituido y otra oponerlo al poder constituido, como plantea Negri. Según este autor el poder constituyente se opone al poder constituido y, no sólo se opone sino que está contra él, como el trabajo vivo al trabajo muerto en Marx. (…) Si el poder constituyente —que se llama así precisamente porque “constituye”, porque crea poderes constituidos— no se limita simplemente a crear a los poderes constituidos, sino que actúa permanente sobre los poderes que ha constituido, puede establecerse entre ellos, no una relación de oposición, sino de complementación dialéctica” 3. Aquí la autora señala que el poder constituyente –que ella identifica con la organización de base de los trabajadores, los pobladores, etc.- tiene que actuar sobre el poder constituido, sobre el Estado, de manera de imprimirle una dinámica más popular, revolucionaria, para que progresivamente supere su forma aún burguesa y adquiera una nueva socialista. Si el poder de base tiene que actuar sobre el poder estatal, de ninguna manera tiene que actuar en su contra. Es lógico que piense esto, ya que si ella caracteriza que Chávez está al frente de un gobierno revolucionario, de ningún modo poder alguno se le puede oponer, inclusive el poder de los trabajadores. En lugar de ejercer una política de oposición, como pretendería según la autora hacer Negri, habría que mantener una relación de “complementación dialéctica”, como si el Estado fuese negándose a sí mismo hasta superarse en uno nuevo. Pero contra esta visión pacifista y gradualista, la historia de la lucha de clases desde la Comuna de París hasta la experiencia revolucionaria de los Cordones Industriales en Chile, nos ha mostrado que hay un momento en el cual el Estado –mediante su fortaleza militar- se pone al frente de la contrarrevolución y no da chances de transición democrática ni pacífica, sino que abre las puertas a la lucha abierta, violenta, mediante los métodos represivos más extremos. En este plano, la autora termina reemplazando la lucha de clases, que en los momentos desicivos enfrenta a los trabajadores con el ejercito del Estado burgués, por una “complementación dialéctica” entre el poder de los trabajadores y el poder de los capitalistas.


Sobre los “gobiernos populares”

Tomando en consideración la historia de las revoluciones del Siglo XX, los nuevos enfrentamientos sociales que vienen alumbrando al Siglo XXI, tomando nota de las experiencias de los “gobiernos populares”, no podemos dejar de señalar su rol contradictorio y ambiguo con respecto a la lucha de clases. Mientras que estos gobiernos alentaban la organización del pueblo, al mismo tiempo garantizaban la continuidad de la dominación burguesa y el control burocrático del Estado sobre la economía. En este sentido, no podemos continuar caracterizando a éstos gobiernos como siempre se los ha denominado, como “populares”, como si que representasen los intereses del pueblo. La caracterización de un gobierno se realiza sobre la base de las fuerzas sociales en las cuales se apoya para gobernar, tanto como en la orientación que le dé al curso de la economía, y a la forma política que asuma el Estado. Sin pecar de exageración, todos los llamados gobiernos populares se apoyaron, tarde o temprano, en el poder de las clases dominantes, es decir, en la propiedad privada (aspirando a que una fracción nacionalista de la burguesía apoye su gestión). Y en lo que hace al Estado, a su poder propio, buscaron el apoyo en un ala patriótica o constitucionalista del ejército… ala jamás existente.
Por apoyarse para gobernar en estos sectores, fueron todas experiencias que desembocaron en grandes derrotas para los sectores populares. Por éstas razones, la nueva izquierda tiene que luchar no por re-editar éstas experiencias truncas, sino por la conquista de un gobierno de los propios organismos de masas de los trabajadores y el pueblo, por verdaderos gobiernos populares, en el pleno sentido del término. Pero a diferencia de un “gobierno popular” como los que conocimos durante el Siglo XX y como ahora sucede en Venezuela y Bolivia, un gobierno basado en organismos democráticos de masas sólo es posible como resultado de una revolución social; es decir, como producto de la insurrección armada de los trabajadores y los sectores oprimidos para barrer de pies a cabeza el Estado burgués y emprender la construcción del socialismo.


2 “Los revolucionarios aún no han tomado el poder”. Entrevista a Hindu Anderi realizada recientemente en Venezuela. 21 de febrero de 2008Publicada en www.aporrea.org/ideologia/n109464.html. 21 de febrero de 2008

3 HARNECKER, Martha, Pág. 2. Notas para un debate sobre el poder constituyente y poder constituido. 3 de diciembre de 2007. Publicado www.rebelion.org/docs/62325.pdf. Las palabras en cursivas son mías.