A propósito del debate Altamira-Kane en el
Partido Obrero
En los últimos meses se hizo público un debate al interior del Partido
Obrero acerca del carácter de la revolución cubana. Se trata de una polémica
entre Jorge Altamira, dirigente histórico del Partido Obrero, y Guillermo Kane,
ex diputado provincial del PO. La novedad del mismo es que quién desencadena el
debate es Altamira, modificando de forma drástica su posición sobre la
revolución en Cuba y abriendo fuego sobre la posiciones de Kane, calificándolas
directamente de “guevaristas”.
El hecho de hacer público el
debate por parte de Altamira, al que le siguió una larga respuesta pública de
Kane (y luego una respuesta de Altamira) hace al mismo uno que excede la
puertas adentro del PO. En nuestro caso de forma particular, desde la Corriente
Internacional Socialismo o Barbarie somos de la idea, desde nuestra fundación hace
más una década, que las posiciones que ahora tiene Altamira sobre Cuba son
correctas y por lo tanto saludamos esta
ruptura con el enfoque objetivista propio del viejo trotskismo de
pos-guerra.
Así, para aportar al debate
queremos detenernos a señalar algunos elementos que van en el sentido del nuevo
análisis de Altamira en relación a cómo definir el carácter de una revolución,
tomando, en este caso, la experiencia de la revolución rusa.
Socialismo y clase obrera
El Siglo XX fue el primero en la
historia humana que una clase explotada y oprimida se hace del poder del Estado
y trata de avanzar hacia una sociedad donde se ponga fin a la explotación del
hombre por el hombre. La primera experiencia en ese sentido fue la URSS, puesto
que por el breve episodio de la Comuna de Paris apenas esbozo elementos de un
nuevo tipo de estado pero no de formas sociales nuevas. Luego le siguieron
otras experiencias, entre las más destacadas la de China, por ser la mayor
revolución de post-guerra, y la cubana, la única revolución social triunfante en
Occidente.
Todas estas revoluciones se denominaron a sí mismas como socialistas.
Incluso China, que ya es una suerte capitalismo de estado, sigue denominándose
de esa manera. Pero los marxistas no
vemos en las etiquetas lingüísticas el reflejo del contenido real de las cosas,
sino que las definimos por hechos materiales, sociales y políticos que
efectivamente acontecen. Pongamos un ejemplo ilustrativo. La experiencia de la
Revolución Bolivariana decretó en el 2005, de la mano de Chávez, que su
carácter era socialista, sin embargo casi ninguna corriente del trotskismo se
fijó solo en esa denominación para tomar esa declaración como un hecho que
sucedía o tendía a suceder en la realidad. Para verificar eso los marxistas nos fijamos en dos cosas centrales: si
el poder se lo hizo la clase obrera y si avanza en un sentido anticapitalista,
expropiando los medios de producción a la burguesía. Cosas que en Venezuela
nunca sucedieron. Y por lo tanto no existe en los hechos ni como tendencia un
carácter socialista del proceso venezolano.
En lo que se hace a la Revolución
Rusa las cosas fueron muy distintas porque el poder le fue arrebatado a la
burguesía por la clase obrera insurrecta, abriendo una dinámica en la cual
podía abrir las puertas para una progresiva socialización de los medios de
producción. Porque el objetivo final de la revolución obrera no es la
destrucción del capitalismo: la
expropiación de la burguesía es un medio
para un objetivo superior que es la abolición del trabajo asalariado, la
explotación económica, la esclavización de unos seres humanos por otros. Y
precisamente en esa tarea no es posible sustituir a la clase obrera con la
pequeña burguesía o un partido que haga las veces de “revolucionario”. No. Pero el trotskismo de post-guerra, producto
de una mirada unilateral, perdió como norte este objetivo central que hace a
los verdaderos objetivos emancipatorios del proletario. Por eso, “socialista”
sólo puede ser la adscripción a una revolución que lleve al poder a la clase
obrera y se ponga como tarea esa construcción social.
Los casos chino y cubano contuvieron, sin embargo, el “elemento
negativo” de una revolución, negando de hecho el poder de los capitalistas.
Pero carecieron del “elemento positivo”, es decir, el de abrir una dinámica
socialista al proceso, esto es: de un progresivo empoderamiento de los
trabajadores, de socialización del trabajo y de extensión internacional de la
revolución. De ahí que fuesen
revoluciones anticapitalistas pero no socialistas. Así, una de las
enseñanzas que nos dejó el Siglo XX es que no son sinónimos el anticapitalismo
y el socialismo. Y que sólo pueden combinarse
si es la clase obrera la que se hace del poder realmente.
La URSS y la pérdida del carácter
socialista en la década del 30´
En el caso de la URSS las cosas fueron cualitativamente distintas al
resto de las revoluciones triunfantes del Siglo XX. La clase obrera, por
intermedio de sus organismos de poder y su partido revolucionario, protagonizó
una insurrección, tomó el poder del estado y expropió a los capitalistas. El hecho de hacerse del poder, y
transformarse en clase dominante, fue lo que llevó a Lenin y a Trotsky a
definirla como un Estado obrero. Un Estado donde, a pesar de todas las
deformaciones burocráticas, del atraso económico del país, de las normas de
distribución burguesa de los productos que aún pervivían, de la enorme cantidad
de campesinos que poblaban Rusia y sus naciones, era uno donde el poder había
sido tomado por la clase obrera y de hecho lo ejercía por distintas
intermediaciones.
En su profundo estudio La
revolución traicionada Trotsky señaló, años después, las causas que
llevaron a la burocratización y
contrarrevolución y que derivaron en un Estado donde la clase obrera ya no tomaba
arte ni parte en sus asuntos, pero que aún pervivía la propiedad
estatizada. Pero viendo el avance descontrolado de la burocracia stalinista
sobre los resortes del conjunto económico, social y político del Estado, el
mismo señalará que la definición de “obrero degenerado” estaba “al borde de su
propia negación”. O
incluso en el texto Bolchevismo y Stalinismo,
plantea que “En particular Lenin ha indicado, más de una vez, que la
burocratización del régimen soviético no es una cuestión técnica o de
organización, sino que es el comienzo de una
posible degeneración social del Estado Obrero”.
Es decir, no es una contrarrevolución política que sólo podría afectar a la
forma del Estado (si es dictadura revolucionaria, una democracia o una
dictadura burocrática) sino que podría ir a una escala superior, afectando las bases sociales, es decir, el
carácter obrero mismo.
También hay que tomar en
consideración los análisis del revolucionario de la Oposición de Izquierda, Crhistian
Rakovski. Permaneció muchos años más en la URSS y Trotsky lo consideraba una de
las mejores fuentes de lo que sucedía en esas tierras.
En sus textos fue un poco más allá y en la década del 30´señalaría que “Nuestra
tarea más urgente es estudiar con la mayor atención posible el proceso de
formación de la burocracia soviética, el
proceso de transformación del Estado soviético en Estado burocrático”; y
luego: “De un Estado proletario con deformaciones burocráticas –como lo definía
Lenin- nosotros vemos el paso a un Estado
burocrático con restos proletarios comunistas”.
O el texto Los peligros profesionales del poder, de
1928, señala que “La burocracia de los Soviets y del Partido constituye, de
hecho, un nuevo orden. No se trata
de casos aislados, de desfallecimientos en la conducta de un camarada, sino más
bien de una nueva categoría social,
a la que debería consagrársele un estudio específico.”
Dando cuenta del nuevo fenómeno social que esta frente a ellos y de que la
contrarrevolución stalinista había llegado a sobrepasar su carácter político, superestructural,
sino que se trata de un nuevo órgano
social diferenciado ya de la clase obrera y por lo tanto esta misma ya
había sido desalojada completamente del poder. Y así la burocracia stalinista
se apoderó de la propiedad de forma directa, como señalara Rakovski: “Lo que une a
esta clase original es una forma
original, también, de la propiedad privada, es decir, la posesión del poder estatal.
La burocracia es dueña del Estado como su
propiedad privada (Marx)”
Así, la apuesta política de Trotsky de seguir sosteniendo la categoría
de “estado obrero” durante la década del 30´ se mostró insuficiente para dar
cuenta del carácter profundo de la degeneración burocrática. Esta insuficiencia
se debía al hecho que su caracterización se apoyaba más en el “criterio” de la
estatización de los medios de producción (como producto de la expropiación al
capital), que en el “criterio” del sujeto social que (no) seguía teniendo el
poder. Pero claro, Trotsky se negaba a dar por liquidado ese proceso y veía en
la venidera guerra mundial un
momento clave y definitorio que terminaría
de definir el contenido social del Estado. Una contienda militar semejante
afectaría el rumbo de la URRS: o triunfaba el imperialismo alemán sobre la
URSS, restaurando el capitalismo, o la clase obrera recuperaba el poder a
través de una revolución política. Sin embargo, ninguna de estas dos vías fue
la resultante. Y en su lugar se consolidó un gigantesco aparato estatal
dominado de punta a punta por la burocracia.
Por lo tanto, y la comprensión del hecho de que el Estado obrero fue
destruido en la temprana década del 30´, esto es la pérdida social y política
de la clase obrera en su rol de clase dominante, nos lleva a la conclusión de que
se liquidó la dinámica de transición al
socialismo que se había abierto en Octubre de 1917. En su lugar se abrió
una dinámica contrarrevolucionaria y la puesta en pie de una organización (el
Estado stalinista) que bloqueará no sólo el socialismo en Rusia sino, en la
medida que pueda, cuanta revolución surja en el mundo.
Bloqueo socialista y revoluciones de
post-guerra
Una vez derrotada la clase obrera
europea y rusa, y Stalin salido victorioso de la contienda bélica del 39-45, el
“mundo de las revoluciones” venideras será muy distinto al de las primeras
décadas del siglo. Sin embargo, lo que sucede en las revoluciones de la segunda
post-guerra mundial es fruto de grandes polémicas.
Sobre lo que no hay polémica, por abundar todo tipo de registros y de
partícipes de los hechos, es que tanto en
China de 1949 como en Cuba en 1959 el poder no fue tomado por clase obrera,
sus organismos de lucha como sindicatos o similares, ni mucho menos organismos
del tipo “soviéticos”. En todo caso, la polémica se suscita acerca del tipo de
Estado que dieron lugar: su carácter social y político. Es decir, el debate gira alrededor del tipo de
revoluciones que se sucedieron.
Pero antes que eso hace falta respondernos una pregunta de importancia:
¿por qué este período carece de la clase obrera en el centro de los procesos
revolucionarios, como actor político dirigente? ¿Por qué se instauró una suerte
de “patrón” no obrero de las
revoluciones de post-guerra? Es aquí donde aparece en toda su crudeza la
significación histórica de la burocratización de la URRS. La primera respuesta
es entonces, ni más ni menos que la derrota de la clase obrera rusa. Pero algo
más general: la derrota del más grande ascenso revolucionario de la historia,
el protagonizado por la clase obrera europea, que fuera luego aplastada por el
fascismo, el imperialismo y la colaboración del stalinismo. Derrota que tiene
implicancias mundiales que no pueden soslayarse y que explican en gran medida
la perdida de centralidad de la clase obrera en gran parte de los procesos
posteriores.
Al mismo tiempo hay otra causa
que explica el surgimiento de revoluciones no obreras. Se trata del triunfo
que la URSS burocratizada le inflige el fascismo. Triunfo que a la URSS le da
un prestigio internacional e incrementa el poder de los PC y de Stalin. Por
elevación la URSS se transforma en una suerte de “modelo de socialismo” pero
“realmente existente”, donde el papel de la clase obrera no es central, ni
mucho menos. Y en su lugar el Estado (tomado por un partido revolucionario) se
transforma en el “agente revolucionario”, con prescindencia de la clase social
que esté efectivamente en el poder. Las experiencias de China y Cuba son la
expresión de esto.
Y por otro lado, como producto del fin de la guerra, se realiza la
Conferencia de Yalta entre la URSS, Estados Unidos y el Reino Unido, donde se
pacta la no agresión muta: el imperialismo no puede invadir la URSS ni su zona
de influencia ni la URSS puede impulsar revoluciones en la zonas de influencia
del imperialismo. Es lo que se conoce como Guerra Fría, un conflicto
internacional sin enfrentamientos armados entre el imperialismo y la burocracia
estalinista. La clase obrera queda, entonces, relegada al juego de estos dos
bandos contrarrevolucionarios.
Entonces, la derrota del movimiento obrero europeo, el Pacto de Yalta,
la colaboración del stalinismo en la “paz mundial” y su prestigio producto de
la derrota del fascismo, dan un cóctel
para que a la clase obrera se le haga muy difícil erigirse como un actor
político independiente y revolucionario. Sumado a que en Europa comienza un
período de crecimiento económico y de concesiones a las masas para evitar
nuevas revoluciones, se produce un
desplazamiento de la lucha de clases hacia las “periferias del mundo”: hacia
América Latina, Asia y África. Países donde las revoluciones sociales se
combinaban con revoluciones antimperialistas y de liberación nacional. Los
casos de China y Cuba serán claros ejemplos de esta combinación y al mismo
tiempo de la pérdida del carácter obrero de su dirección.
El razonamiento de dirigentes como Mao Te Tung fue que como la clase
obrera china había sido derrotada en 1929, el PC debía “buscar otros sujetos”
como el campesinado. En Cuba también la clase obrera sufre una derrota años
antes de la revolución del 59´, y al mismo tiempo que el stalinismo cumplía un
rol de control y subordinación de los trabajadores, surgen corrientes
revolucionarias (pero no marxistas) como el Movimiento 26 de Julio que plantean
la revolución pero no con la clase obrera como actor político dirigente, sino
como una alianza de clases populares.
Volviendo al punto central que venimos desarrollando, estas
revoluciones trajeron enormes debates porque estaba fuera de la previsión
“normal” que sectores no obreros expropien al capitalismo. Por eso es que la
“confusión” a la que dieron lugar no sólo impregnó a corrientes no marxistas
sino en muchos aspectos al trotskismo que se mareó y las calificó de
socialistas.
Desbloqueo burocrático y socialismo en el
Siglo XXI
“Mi padre sonaba humilde.
La elección de Trump, que para muchos de nosotros se
siente como una tragedia, le llevó a considerar una nueva forma de pensar.
Tal vez el socialismo no es una causa perdida después
de todo. Tal vez sea nuestra mejor esperanza”. Por Julia Mead, joven activista estadounidense.
Claro que en mundo de hoy es muy distinto al de la segunda post-guerra.
En primer lugar no vivimos una época revolucionaria, de grandes movimientos de
masas radicalizados. Por su parte el capitalismo reina prácticamente el planeta
y el socialismo no es parte del horizonte de la clase obrera en ninguna parte
del mundo. Pero esto que podría parecer sólo un elemento negativo, no lo es.
Porque la realidad del “socialismo realmente existente” no era tal: la
identificación de millones del socialismo con el engendro stalinista, la
opresión burocrática, con los campos de trabajo forzado, con el boicot a los
procesos revolucionarios genuinos, le hizo flaco favor a la causa emancipadora
de los trabajadores. Por eso la caída del “socialismo real” que en su momento
trajo un triunfalismo capitalista sin precedentes, hoy a casi 30 años comienza
a ser vivido como un desbloqueo de esa losa burocrática. Nos explicamos.
A la desaparición de la URSS le
sobrevinieron dos momentos. El primero fue vivido como la derrota histórica
del socialismo. Y por tanto como la pérdida de todo horizonte superador y
alternativo al capitalismo. Pero en la medida que pasó el tiempo entramos en un
segundo momento que expresa que se trataba más de la derrota del stalinismo que
del verdadero socialismo. Así, en los últimos años se está verificando un recomenzar de la lucha y organización de los
trabajados en el mundo, una recuperación de sus fuerzas, de su conciencia,
de sus métodos de lucha y sus organizaciones. Y la novedad es que ya no está
más el stalinismo como representante mundial del socialismo! Ahora sí hay mejores condiciones políticas
para separar al stalinismo del verdadero socialismo, el de los trabajadores.
Por eso en distintos países las corrientes trotskistas estamos verificando un
crecimiento, aún a nivel de vanguardia, pero nada despreciable. O en países
imperialistas como EEUU o el Reino Unido candidatos como Bernie Sanders o
Jeremy Corbin hablan de socialismo a viva voz y cosechan la adhesión de millones
de jóvenes que no lo identifican con la mugre stalinista.
Esta oportunidad que se nos ha abierto debe ser abordada con un balance
adecuado de las experiencias pasadas. Seguir
llamándole socialistas a procesos que nunca lo tuvieron como norte no ayuda al
desarrollado claro de la conciencia de los trabajadores y los jóvenes que
están despertando a las ideas políticas.
Derivaciones políticas del cambio de óptica
teórico
En su respuesta a Altamira, Kane
señala que el debate sobre el carácter de clase de la revolución cubana “tiene
carácter programático porque es un asunto que tiene un alcance a lo que se hace
a la estrategia del partido”. ¿Pero en
qué sentido el cambio de óptica de Altamira debería afectar el programa y la
estrategia del Partido Obrero? Señalaremos algunos aspectos.
En primer lugar, el giro de
Altamira afecta a la concepción de
revolución que tiene históricamente el Partido Obrero. Hasta el momento,
con la concepción clásica, hoy defendida públicamente por Kane, es posible que
tanto la clase obrera como la pequeña burguesía emprendan “revoluciones
socialistas”, lo que le quita evidentemente toda necesidad histórica a la
construcción de un partido obrero revolucionario. ¿Por qué si en Cuba la revolución socialista la hizo un sector
no obrero no podrían hacerla también en otro país? Así, lo que define esta
concepción es un sustituísmo total que
choca contra al principio programático fundamental del marxismo: “que la
emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos”. Rectificar
el programa del Partido Obrero debería hacerse empezando con poner este
principio en su primer renglón y descartar que revoluciones socialistas puedan
ser hechas por otras clases sociales.
Del sustituísmo social se deriva
otro aspecto que afecta al programa y se refiere a la poca relevancia política que
se le da al factor político consciente en la revolución. En el clásico
razonamiento del PO las revoluciones tienen un carácter objetivo. ¿Qué
significa esto? Que la historia lleva inevitablemente al socialismo por la vía
del continuo derrumbe y catástrofe del capitalismo, y por tanto, la acción
consciente del proletariado es un factor secundario, puesto que ya el proceso
histórico en sí mismo lleva a la revolución. Pero la rectificación que produce
Altamira, al ponderar en su justo lugar el papel consciente, subjetivo,
político de la clase obrera, deja atrás ese objetivismo catastrofista que hacía
del socialismo un objetivo que llegaría por sí sólo, por la propia dinámica de
las cosas.
Esta modificación debería llevar al Partido Obrero a reconsiderar
varias de sus posiciones políticas. Por ejemplo, cuando ven en los
acuartelamientos policiales una suerte de “huelgas de trabajadores” sólo por el hecho objetivo de que son
“contra el gobierno”. En su lugar sería más correcto analizar qué sujeto
realiza esas “huelgas” y ver que se trata del brazo armado de la clase
dominante y no de trabajadores. O también como cuando ante cualquier
movilización tienden a ubicarse como su “ala izquierda”, sin importar el sujeto
social, el programa ni la dirección de esa “lucha”. Los ejemplos más resonantes
son las movilizaciones por “seguridad”, como la histórica del derechista
Blumberg pidiendo “mano dura” de la que el Partido Obrero fue parte. O las
incontables marchas vecinales que reclaman por más policía en las calles para
“combatir” la delincuencia, es decir, a los más pobres de los barrios empujados
al robo por la miseria social. El
objetivismo –la creencia de que en sí mismas cual movilización es progresiva-
es fatal para quienes luchamos por el socialismo. No toda movilización
popular es progresiva, y mucho menos una que reclama más presencia en la calle
del aparato represivo del estado! La pérdida de vista del elemento subjetivo,
político puede llevar a ser parte de una política regresiva, reaccionaria!. No
siempre se puede ser el “ala izquierda” de un movimiento más amplio!.
Por último. El desencadenamiento
de este debate en el Partido Obrero debería ser un impulso para que una parte
importante del trotskismo revise su “desvío objetivista”. Y en ese sentido vale
traer, para finalizar, unas palabras sugestivas de Trotsky: “En el campo teórico del marxismo no hay nada
indiferente para la acción. Las divergencias más lejanas y, al parecer,
“abstractas”, si se reflexiona a fondo sobre ellas, tarde o temprano se manifiestan siempre en la práctica, y
ésta no perdona el menor error teórico”.
Eric “Tano”
Simonetti, 11 de enero de 2017
Así se refiere Trotsky sobre Rakovsky en La revolución traicionada: “Christian Rakovski, ex presidente del Consejo
de Comisarios del Pueblo de Ucrania, más tarde embajador de los soviets en
Londres y París, hallándose deportado, envió a sus amigos en 1928 un corto estudio sobre la burocracia del que ya
hemos tomado algunas líneas, pues sigue
siendo lo mejor que sobre el asunto se ha escrito.” Capitulo “La
degeneración del partido bolchevique” (1936).